Verano 2013
Volumen 1, Número 1
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Ante tan fantásticos resultados, la tela le fue reclamada para que con su presencia diera comienzo la devoción filipina hacia el Santo Rostro. Aparejada a esta devoción, se puso en marcha toda una industria litográfica, musical y editorial, capaz de abastecer a los nuevos devotos. Pasa después De la Torre a relatar con prolijidad el traslado del cuadro desde la Catedral al Santuario de Peña de Francia:
La detallada descripción del traslado de las imágenes cuenta con todos los ingredientes no sólo del catolicismo, sino también de muchos de los componentes del despliegue imperial hispano. Veamos.
Por lo que respecta a lo religioso, es destacable la teatralidad de un recorrido presidido por imágenes, por representaciones de cuerpos con rostro –bultus-, circunstancia que separa, de un modo radical, el descrito viaje, que en modo alguno puede equipararse con otros de carácter espiritual como las iconoclastas peregrinaciones a La Meca, por ejemplo. Por otra parte, el relato da cuenta de la perfecta jerarquización de los representantes eclesiásticos, cuyo lugar en el escalafón viene manifestado por prendas muy concretas –sobrepellón, capas, mitra- así como del desarrollo de complejas ceremonias –miserere, misa cantada, sermón, volteo de campanas-. En definitiva, la elaborada puesta en escena, y ello sin dudar un ápice de la sinceridad y fe de los intérpretes, encaja perfectamente en una línea de la que también forman parte los crucificados aludidos más arriba.
Sin embargo, junto a estos aspectos, se sitúan otros propios de la esfera política. La Marcha Real, esto es, el himno que recibe a las imágenes, es un símbolo del poder político español que todavía sujetaba tales tierras. Sin embargo, es la alegoría del barco que se desplaza por tierra tirado por sogas, la que llama poderosamente la atención. Y destaca precisamente, así lo entendemos nosotros, porque, mediante este artificio, el Santo Rostro parecía llegar no desde la Catedral a su nueva ubicación, sino desde un punto más remoto, el propio pueblo natal de Pedro de la Torre. Diremos aún más, el buque remite necesariamente a la misma llegada de los españoles siglos atrás, aunando en el viaje no sólo planes políticos, sino también evangelizadores. Un viaje inicial que tuvo continuidad en la ruta abierta por Urdaneta por la que transitaba el Galeón de Manila.
Es, sin embargo, esta doble condición de la presencia hispana en el archipiélago filipino la que, como dijimos, abrió paso a la controversia entre los planes de los religiosos y los políticos4. Un dato inserto en la carta sirve para calibrar las distancias que poco a poco se pudieron ir abriendo, este no es otro que el idioma elegido por los ministros de la Iglesia para dirigirse a su grey. Como podemos advertir, el sermón se dijo en idioma «vicol», no en español. La lengua indígena, como ocurrió con frecuencia y prontitud en América5, fue objeto de estudio sistemático por clérigos españoles. Ya en 1647, Andrés de San Agustín escribe Arte de la lengua bicol, para la enseñanza de este idioma en la provincia de Camarines.
El proceder, los planes, en definitiva, de la Iglesia y el poder político, y ello aún a pesar de la gran libertad de que gozaron en este sentido los monarcas españoles, manifestado a través del Patronato, fueron a menudo divergentes. Mientras desde los púlpitos se distribuía el pasto espiritual en latín o en las lenguas nativas, el poder político se desarrollaba en español.
Dos décadas después de que la carta en cuestión se escribiera, un nueva potencia, envuelta en el disfraz de la libertad democrática, pero con claros objetivos mercantiles, se asentó en las islas. Con él daba comienzo el retroceso del idioma español mas no, todavía, el de la implantación del catolicismo que aun hoy sigue distinguiendo a las Filipinas de las sociedades políticas que las circundan. Si los Estados Unidos de Norteamérica, hoy profundamente penetrados por el componente hispano, causaron tal transformación, cabe preguntarse si no será gracias al avance del español en las tierras de Jefferson el que propicie un nuevo renacer de la lengua de Cervantes en las ínsulas a las que fue donado el cuadro del Santo Rostro.
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1. El Catoblepas, n. 71, enero 2008, p. 16, HYPERLINK "http://www.nodulo.org/ec/2008/n071p16.htm" http://www.nodulo.org/ec/2008/n071p16.htm
2. La incidencia que el cólera tuvo en el siglo XIX, y sus repercusiones políticas, fue de gran importancia. Sirva como ejemplo su influencia, a mitad de centuria, en Centroamérica. Véase, como ejemplo, nuestro trabajo: «Masones y filibusteros en la estela Monroe», El Catoblepas, n. 131, enero 2013, p. HYPERLINK "http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p03.htm" http://www.nodulo.org/ec/2013/n131p03.htm
3. Transcripción íntegra de la carta en el blog Ruedas dentadas.
HYPERLINK "http://ivanvelez.blogspot.com.es/search/label/Santo%20Rostro" http://ivanvelez.blogspot.com.es/search/label/Santo%20Rostro
4. Divergencias cuyo mayor exponente podemos situarlo en el Paraguay dominado por los jesuitas.
5. Véase el libro de José Luis Suárez Roca: Lingüística misionera española, Ed. Pentalfa Oviedo, 1992
Iván Vélez Cipriano (Cuenca, España 1972). Arquitecto. Investigador Asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Colaborador habitual de la revista digital El Catoblepas. Ha publicado, entre otros, los libros: Técnicas e ingenios en la Sierra de Cuenca (Diputación de Cuenca 2010) y Agua, máquinas y hombres en la España preindustrial (Pentalfa Ediciones, Oviedo 2012) y Por los caminos de la Sierra. Antropología y paisaje en Cuenca (Diputación de Cuenca 2013). Su obra se puede consultar en el blog Ruedas dentadas (http://ivanvelez.blogspot.com.es/).
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